lunes, 2 de enero de 2012

Lo bello y lo triste

Mi profesor de lengua en la universidad no cesó en todo el primer curso de recomendárnoslo con insistencia Lo bello y lo triste, novela del primer japonés en ser galardonado con el Nobel de literatura, Yasunari Kawabata. Es más, en una de las prácticas nos incluyó un fragmento de esta obra para que lo analizásemos.  Debo reconocer que era un pasaje de gran belleza, en el que el amor y la pintura se fundían para crear algo puramente poético, no solamente estético.

Quedé realmente impresionada por ese pequeño texto y más aun cuando, al año siguiente y en otra asignatura, este mismo profesor volvió a proponer otro fragmento de Lo bello y lo triste para un nuevo análisis. Una vez más resultó ser verdaderamente precioso.

Sin embargo el argumento me decepcionó bastante: El maduro escritor Oki, movido por la nostalgia de su aventura amorosa más apasionada, desea reencontrarse y oír las campanadas de año nuevo con Otoko, antigua amante a la que humilló al narrar su romance en su novela más famosa, donde no vaciló en desvelar la identidad de la por entonces adolescente muchacha. Al reencuentro asiste Keiko, la sensual discípula de Otoko, quien es ahora una famosa pintora. Keiko solo tiene una idea en mente: vengar la humillación de su maestra.

Cuando lo leí por primera vez no tenía muy claro qué era lo que había leído. Es cierto que estaba escrito de una forma muy hermosa, pero poco más podía decir. Los personajes eran desconcertantes, demasiado retorcidos y melodramáticos. El argumento me pareció muy explotado.

Meses después se convirtió en uno de mis favoritos.


Me preparaba para salir. Justo antes de abandonar mi dormitorio lo vi en la estantería. En el lapso de tiempo que tardé en bajar los dieciséis peldaños de la escalera había aprendido a amar tiernamente aquello que se escondía entre sus delicadas páginas. De repente algo encajó, dos pensamientos se cruzaron y al fin esa novela tan extraña tenía sentido.

Poco después volví a leerlo. Era necesario hacerlo. ¡Qué diferencia con respecto a la lectura anterior! Este era un libro nuevo, lleno de poesía y delicadeza, envuelto en un misterioso halo de pesadumbre y aflicción.

Los personajes ya no me parecían en exceso melodramáticos, sino complejos y dolientes, cubiertos de heridas  que nunca llegan a curarse. Otoko es el árbol que vertebra la historia; una mujer dulce pero ingenua, brutalmente dañada y marcada de por vida, que no puede evitar afectar a la existencia de los demás y hacerles sentir tan miserables como ella misma. A pesar del daño que le ha infligido a ella y a su propia familia, Oki no es realmente cruel, al menos no de forma consciente, pero es incluso más ingenuo e insensato que Otoko. Keiko es el detonante que consigue que la aparente estabilidad se pierda.

Lo mejor es, sin duda, las figuras de las que se vale el autor para expresar los sentimientos de sus personajes, puesto que nunca dice abiertamente qué les pasa por la mente. La soledad de un vagón vacío, el desamparo de un jardín de piedras, el erotismo del ajuste de un ceñidor… son algunas de mis escenas favoritas.

¿De qué trata realmente? No sabría decíroslo. Soy de la opinión de que este es un libro de muchas lecturas. Tendrá un significado distinto dependiendo de quién lo lea. Son tantas las preguntas que el autor deja abiertas… Pues nunca dice exactamente lo que piensan sus personajes, es el lector quien debe deducirlo mediante sus acciones y las figuras como las anteriormente mostradas.

Espero que, si no lo habéis hecho ya, de su amarga belleza y su dulce tristeza acompañados de una taza de té…

En estilo abstracto, por supuesto.
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