martes, 5 de noviembre de 2013

La Emperatriz de los Etéreos

Laura Gallego García es una de las autoras más populares de nuestro país. Sus libros han sido traducidos a varios idiomas y han enganchado a múltiples lectores, jóvenes en su mayoría, que esperan cada año con ansia la nueva publicación con la que los deleite.

Antes de acceder a esta obra en concreto, ya había leído bastantes obras de esta autora, aunque prefiero no pararme especialmente en ninguna de ellas ya que la que nos ocupa es La Emperatriz de los Etéreos, que quizá resume muy bien los puntos que más se han ensalzado de esta autora en el resto de sus obras. Sin embargo, la forma en la que se han llevado a cabo en este libro nos deja con una sensación bastante distinta.

La cubierta es preciosa, eso sí.
En un mundo de hielo, la única forma de sobrevivir parece ser ocultándose bajo tierra, y eso es lo que hacen Bipa, Aer y sus familiares y amigos. Mientras que Bipa es una chica con los pies en la tierra, Aer es un soñador, cualidad heredada de su padre, que partió un día a través del hielo en busca de la legendaria Emperatriz de los Etéreos para nunca volver. Un día, Aer decide ir en pos del sueño de su padre, idea que escandaliza a Bipa. La protagonista de esta historia decide marchar tras él para convencerlo de su locura y traerlo de regreso a casa, afrontando situaciones que nunca imaginaría.

Al igual que la gran mayoría de sus libros, Laura Gallego hace una defensa encarnizada de la naturaleza, aunque en esta ocasión parece haberse salido demasiado del molde. Parece olvidar que la naturaleza engloba no solo la primavera con sus árboles florecidos y el sol brillante, sino también el invierno frío y la nieve sobre el suelo. En este libro pareciera que la naturaleza se refiere solo a lo primero, y solo esta parte de ella es benigna mientras que el invierno es cruel y despiadado y hemos de desconfiar en él. No parece reflexionar sobre el hecho de que ambos son secciones de un mismo ciclo y uno o puede existir sin el otro.


Por otro lado, durante todo el libro está presente la contraposición de los conceptos de la realidad, representada por el personaje de Bipa; y la imaginación, personificada por Aer. Solo asistimos a las dificultades de Bipa durante el camino, haciendo que nos identifiquemos únicamente con su punto de vista, descubriendo al final que, como ya te han preparado para creer durante todo el libro, Aer está cometiendo una locura tal que puede costarle la vida. Así, parece que la autora quisiera exponernos de los peligros de vivir en nuestro mundo imaginario sin afrontar la vida real, por cruda que nos parezca. Sin embargo, los hechos revelan un mensaje mucho más radical, en el que la imaginación parece no servir absolutamente para nada más que para poner en peligro a quien la tiene y a los que están a su alrededor. Un mensaje bastante irónico viniendo de una escritora, y más aún de una escritora de literatura fantástica juvenil.


Bipa, la heroína de la historia, nos es presentada como un personaje incómodo para los que la rodean, pero sin malas intenciones. Se escuda constantemente en su pragmatismo y sinceridad brutales para que entendamos su forma de ser, pero eso no es excusa para su comportamiento maleducado y desconsiderado. No le importa herir los sentimientos de los demás hasta el punto que sea necesario mientras sea para probar que tiene razón, ni faltar al respeto a aquellos que la acogen sin reservas, estén o no equivocados y tengan o no algo mejor que ofrecerles.

Además de esto, defiende un estilo de vida conformista, sin ningún tipo de interés e inquietud por llegar a conseguir algo mejor, a pesar de que las condiciones de vida que tienen son terribles. La mera curiosidad parece un impedimento para la felicidad, ya que solo nos hace soñar con aquello que no podemos tener, sin pararnos a considerar que, quizá, podríamos ser capaces de crearlo nosotros mismos. Se les escapa que, para conseguir algo nuevo y mejor, primero hay que soñarlo. Luego, tener el valor para hacerlo. Aquí el único cambio a mejor surge de la casualidad, sin que nadie lo haya imaginado ni lo busque. Como un premio que te toca en una tómbola donde el único precio que has pagado es mantenerte en tus trece y tratar de convencer a todo el que se te cruce por el camino de que tus ideas y no otras son las correctas, de perseguir a alguien sin el menor respeto a sus decisiones y deseos, aparentemente con el único objetivo de decir el para todos odiado "te lo dije".


Quizá lo más incómodo y desagradable de toda la historia sea que, a pesar de tratarse de una defensa encarnizada de la naturaleza en su máximo esplendor primaveral, en la cima de su belleza y exuberancia... nada de todo esto depende de nosotros. Tanto el invierno como la primavera son provocados por un elemento externo, el sol, y nosotros no intervenimos en ese proceso. En el resto de su obra, Laura Gallego defiende que el ser humano debe ser respetuoso con la naturaleza, parar la contaminación desmedida y dejar de lado nuestra indiferencia a lo que nos da vida. Esta vez es la naturaleza la que, por alguna razón, decide ser cruel sin razón alguna. Y sin que hayamos hecho ningún mérito real, vuelve a ser afable y acogedora. 


La intención de la autora era buena, no lo dudo, y de hecho esto se deja ver en toda la obra. Pero a veces, cuando tratamos de hacer una obra con aspiraciones a tratado filosófico el tiro sale por la culata y nos vemos a nosotros mismos retratando ideas si no negativas, cuanto menos contradictorias.
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