sábado, 11 de julio de 2015

Tesoros ajados

Ejemplo de tesoro ajado
En primer lugar, quisiera pediros disculpas por el abandono absoluto en el que he tenido sometido el blog. Me gustaría decir que no volverá a pasar, pero como nunca se sabe qué nos espera a cada uno por ahora me limitaré a prometer que he vuelto cargada de ideas para el Koreander.

Algunas son reseñas, como ya sabéis, pero otras... no. Ya os advertimos de que introduciríamos nuevos elementos... y aquí viene uno. Lo advierto, al igual que nuestras reseñas, mis opiniones no son de lo más convencionales. Parecerá extraño que ponga la venda antes de la herida, pero quizá lo entendáis cuando leáis lo que sigue.

Como asidua de las redes sociales que soy, no resulta raro que en Facebook forme parte de varios grupos de aficionados a la lectura. El otro día, uno de los usuarios se atrevió a formular una pregunta que inevitablemente le acarrearía los odios de (casi) todos los miembros del grupo. Bueno, quizá no tanto, pero cerquita estuvo.

"¿Vosotros también pintáis, subrayáis y dobláis algunas hojas de vuestros libros como yo?"

Me pregunto si fue la inocencia o el deseo de abrir debate lo que empujó al muchacho a escribir esta pregunta, pero el resultado fue el esperado... y más.

Prácticamente todos dejaron muy claro que tratan sus libros con extremo cuidado, sin tocarlo ni permitir que nada deje marca en ellos. Lo que me llamó la atención fue que, dentro de cierta educación, las respuestas no estaban exentas de desprecio. Ya el hecho de decir que no, pues ellos tratan sus libros con "extremo cuidado" deja fuera al que pregunta, dando por hecho que no se puede escribir en un libro y cuidarlo a la vez.

Personalmente no suelo escribir en los libros y solía ser muy cuidadosa con ellos. Cuando mis libros se hacían "viejos" los sustituía por nuevas versiones de los mismos. Eso de que se les cayeran las páginas por el uso continuado no me gustaba en absoluto, parecía que no me importaran y que los había maltratado. No, en absoluto quería que nadie lo viera y pensase eso de mí.

En una ocasión, una amiga me dejó una copia de Harry Potter y el cáliz de fuego y en un descuido, mi hermano pintó una única línea negra en una hoja. Esa línea no entorpecía la lectura, pero era un libro pintado y tuve que comprarle uno nuevo a mi amiga. En consecuencia, ya que tenía uno, decidí comprarme la saga entera.

Aquí está el susodicho Paradise Lost
Hoy en día... sí, quizá lo hiciera. Seguramente, sabiendo la actitud de la gente hacia los libros, volvería a comprarles uno nuevo, pero si a alguien le ocurriera con un libro mío, no me importaría. Antes no era así, desde luego. No sabría decir cuándo cambié de opinión, quizá cuando pedí un libro de segunda mano a Amazon para la universidad y llegó con muchas páginas escritas y subrayadas. Al principio me enfadé pero ya en clase descubrí que esas anotaciones me ayudaban a entender la lectura y además introducía en mí ideas y una visión de la historia que yo jamás hubiera tenido por mí misma.

¿No os parece fascinante la idea de leer un libro por ti misma y, a la vez, leer un libro desde los ojos de otra persona por cuyas manos ha pasado ese libro antes? Añade mucho más a la historia en sí misma. Ojo, el libro no era cualquier cosa. Nada menos que El Paraíso perdido de John Milton. Es sumamente complicado y me alegró contar con más de una visión sobre las ideas que en él se exponen.

Desde entonces, en mis libros favoritos, voy añadiendo señaladores de frases o párrafos que me han marcado o incluso post-its con ideas y reflexiones sobre diferentes momentos de una historia. Tengo muy mala memoria incluso para mis más geniales ideas que, reconozcámoslo, no son tantas... así que más me vale no olvidarlas. Las escribiría directamente en los libros pero me gusta prestarlos y sé que no le es agradable a todo el mundo.

Puedo entender que a la gente no le guste doblar páginas, a mí tampoco. O que no les guste escribir en ellos. Pero había personas en aquel grupo que presumían de forrar todos sus libros como hacían con los de texto del colegio. Algunos afirmaban que no consentían ni que se los firmara el autor.

La razón es la de siempre "un libro es un tesoro". ¿Estáis de acuerdo con eso? ¿En serio?

Yo no.

Por muchas razones, pero principalmente porque creo que tendemos a confundir conceptos en esta sociedad nuestra tan apegada a las cosas materiales. Un libro no es un tesoro, para nada, ni el de Belén Esteban ni el de John Milton.

Un libro es el cofre que encierra el tesoro.

Tendemos a creer que ese formato es un tesoro, pero no, esas páginas no son importantes. Ese lomo puede estar arrugadísimo y da igual, es lo mismo que uno nuevo e impoluto. Lo importante, el verdadero tesoro, el oro está en las ideas que se han plasmado en ellos. Las emociones, reflexiones e historias que han sido impresas y que lo mismo da si las memorizamos que si las cantamos o si las grabamos en una tabla de madera mohosa. Eso es lo importante y el mensaje es el mismo en uno que en otro.

Cada vez que veo una colección de libros inmaculados, me da mala sensación. ¿Es que nadie ha leído esos libros? Recuerdo a una amiga que no se llegó a leer un libro por miedo a arrugar el lomo, optó por pedirlo en la biblioteca porque ese, claro, daba igual. No era su libro. Se leyó la historia pero su libro sigue ahí, sin que nadie lo toque más que para quitarle el polvo de encima. Es triste pensar en lo solo que está. Es un fracaso absoluto, nadie abrirá esas páginas, nadie las leerá ni desarrollará ideas o elucubrará sobre lo que pasará. nadie pondrá horas de emoción en él.

Yo tengo un ejemplar de obras de teatro de Racine sobre las que cayó una lata de coca-cola zero. Ese libro estuvo secándose días frente a la ventana para que se evaporara todo. Conserva ese tono oscurillo y una ondulación muy característica en sus páginas que detesté rápidamente... y que ahora adoro. Porque recuerdo cómo y por qué pasó. Ahora podría distinguir mi ejemplar entre mil de la misma edición. Recuerdo las horas leyendo a Fedra al sol de Jerez mientras esperaba un autobús y el susto que hizo que se derramara la coca-cola sobre él.

El Silmarillion y todo Tolkien, vaya.
Tengo libros en mi estantería que no he tocado y se nota. Pero todo el mundo sabe que El Silmarillion me lo he releído mil veces por el desgaste de la sobrecubierta.

No sabría expresarlo, pero entre mi libro empapado pero lleno de historia y un libro muerto y perfecto sé perfectamente lo que escojo.

Mil veces prefiero mis libros, mis tesoros ajados.

¿Y vosotros? ¿Tenéis a vuestros libros en un altar o cargan marcas de vuestra historia en común? Contadme cuáles tienen más señales de vuestro amor ahí abajo.

2 comentarios:

  1. Yo tengo mis libros en un altar, no puedo evitarlo.
    Cuando era pequeña, sí que doblaba un piquito de las páginas a modo de señalador, imitando el hacer de mi padre. Pero pronto decidí que eso no se hacía, que quedaba marca (aunque a mi padre nunca se le marcó, se pueden leer libros donde lo ha hecho sin que se note ningún pliegue, el muy...).
    Tampoco he heredado la costumbre de mi madre de, especialmente si es un regalo, escribir mi nombre y la fecha en la que el libro llegó a mis manos en la portada. Me parece algo bastante bonito y en ocasiones lamento que no se me haya pegado (a lo mejor es porque mi letra es asquerosa), pero recuerdo cuando lo hizo con mi libro de Drácula y casi me da un ataque. Sin embargo, ahora hasta me gusta ver ese "Verano de 2005" en la primera página. No sé, le da como un valor añadido, una historia más.
    Mi señora madre tiene también la costumbre de forrar los libros que lee (ya sea con plástico, papel de regalo o con hojas de revista o periódico) para que no se estropeen las cubiertas. Luego ya lo quita (o no, en el caso del plástico). Tampoco es algo que yo haga. Puede que para no dejar marcas de fiso.
    Con todo... me encantan los libros viejos. No me molesta comprar libros de segunda mano, y si tienen algo escrito (nombres, fechas, notas...), tanto mejor. Me fascinan ese tipo de libros, pero soy incapaz de "estropear" deliberadamente uno de los míos.
    Ahora también me gusta tomar nota de lo que leo, pero en vez de hacerlo sobre el libro, apunto en un cuaderno. copio en un word. o hago una foto. Además, desde que tengo reader, dejo mis libros en casa y llevo solo ese chisme en el bolso. Si va a estropearse algo, que sea eso.
    Seré rara y no me arrepiento.

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  2. Yo tengo mis libros en un altar, eso no es ningún secreto. Pero es un altar emocional, que no físico.

    Mis libros forman parte de mi vida y me han acompañado a todas partes, desde siempre. Y "todas partes" es "todas partes". Harry Potter, una saga que me acompañó toda mi adolescencia y que se ha hecho más kilómetros que Willi Fogg, se ha venido conmigo al instituto, a casa de familiares y amigos, de vacaciones, a la bañera... Cualquier libro que estuviera leyendo en el momento sufría el mismo destino: de paseo conmigo.

    ¿Qué pasa cuando paseas un libro? Que el libro se impregna de cosas (y que se te cae en la bañera porque eres puto torpe. La de mini infartos que he tenido por eso) y ya no es el mismo libro. No es un libro impoluto, sino que se amarillea, se queda manoseado...

    Me encantan los libros manoseados. Libros que se nota que la gente los quiere lo suficiente para moverlos una y otra vez. Eso deja marca. Como las arrugas en la cara de una persona que ha reido y ha llorado mucho.

    No soy de pintar los libros (los de leer. Los de clase están...) porque... pues porque no me ha dado por ahi, la verdad, y no me gusta que otros pinten en mis libros porque... son mios. Si quieres pintar, hazlo en tu libro bitch. Pero no me molesta encontrar un libro pintarrajeado. Si es de otro y ese otro quiere... Tampoco me molestan esos libros que están un poco despegados o que tienen las esquinas dobladas. Esas son sus marcas de guerra, es lo que demuestra que alguien los ha difrutado, y lo ha hecho tanto que ha dejado marca.

    Así que sí, mis libros son sagrados. Tengo cuidado con ellos, no voy tirándolos al barro o derramándoles cosas encima. Pero me siento orgullosa de esos libros que me han importado tanto que me han acompañado a todas partes y han sufrido accidentes porque la vida es asi y yo soy un pato que lo tira todo.

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